lunes, 13 de julio de 2009

UNA UNIVERSIDAD A LA ALTURA DEL SIGLO XX

UNA UNIVERSIDAD A LA ALTURA DEL SIGLO XX.

Lic. Nery Armando Flores Godoy*

Los cambios en las estructuras sociales es una constante en la historia de los pueblos, dado que a través de dichas expresiones se logra la adecuación de la realidad social a las nuevas realidades que van surgiendo de la sociedad. Las transformaciones pueden ser producto de de las condiciones materiales de vida, como la que sucedió durante la revolución industrial, periodo que produjo un desplazamiento de la fuerza de trabajo del hombre por el de la máquina; o pueden ser producto de crisis económicas que hacen que se replanteen los modelos económicos vigentes por otros que permitan garantizar el normal funcionamiento de las estructuras que le dan soporte, este es el caso producido a partir de la crisis económica mundial generada en los últimos años.

Esta verdad expresada no sería fiel a la realidad si no se considera que paralelo a esta necesidad de cambio si socialmente no se considera la reacción que dicho proceso genera en las diferentes estructuras de la sociedad, así como en los espíritus de quienes son o han sido los responsables de darle soporte a esas estructuras caducas. El cambio de rumbo de una institución requiere como primer paso un examen exhaustivo de las nuevas realidades sociales como espirituales que se han generado en la sociedad y que exigen el redireccionamiento de las instituciones o su transformación radical.

Las transformaciones sociales o de las instituciones son producto de procesos que pueden transitar por dos vías, una consensada y otra forzada. Los procesos consensados permiten alcanzar productos de mayor validez social, así como contribuir al desarrollo del espíritu de los participantes a fin de que se conviertan en impulsadores de los procesos a partir de sus prácticas de vida. Por el contrario las transformaciones violentas generan tal fricción que se genera una acción – reacción, por lo que la mayor fuerza transformadora se gasta en el proceso; pero a su vez generan tal cantidad de conflictos que se conviertes en un lastre para la consecución de los fines propuestos.

Los procesos violentos de transformación constituyen en muchos casos la búsqueda de un fin concebido ideológicamente que al pretender llevarlo a la práctica se encuentra con realidades totalmente adversas, por lo que muy pocos logran a cabalidad el fin propuesto, con la consecuencia adversa de tener que minimizar los efectos negativos generados, tanto materiales, como espirituales.

Por el contrario los procesos consensados requieren que los líderes que los encabezan posean las cualidades intelectuales o de liderazgo tal que permitan canalizar las energías del cambio a favor de la consecución del fin propuesto. La existencia de un líder es fundamental para conducir, pero no imprescindible para la consecución del fin, pues lograrlo dependerá fundamentalmente de la participación de todos los involucrados y del aprovechamiento de las condiciones materiales y subjetivas existentes.

El momento actual que vive el país es el mejor ejemplo para ver lo antes expuesto. Si por un lado tenemos las condiciones subjetivas y materiales para lograr un proceso transformador de nuestra sociedad, podemos observar las actitudes reaccionarias al cambio por parte de las instituciones en su calidad de entes jurídicos o de los individuos que las dirigen, pues el miedo a perder las condiciones de privilegio que durante mucho tiempo han ostentado les impide ser parte del proceso transformador y se convierten en elementos reaccionarios del mismo. En muchos casos estas conductas están condicionadas por intereses ideológicos, pero en la mayoría de los casos son producto de una práctica mezquina del oportunismo o del individualismo.

Todo ser humano se mueve en dos dimensiones una material y la otra espiritual. De ahí que la ética (que no es otra cosa mas que la práctica cotidiana o su accionar) sea la que permita definir cual es la esencia de un individuo y si es un ente de cambio o un reaccionario. Obsérvese la crisis en las que han caído la mayoría de las instituciones del Estado salvadoreño al no tener quien las dirija. La acefalía de las instituciones que garantizan la institucionalidad de un Estado democrático desdicen de su concepción democrática, pues la falta de consenso en las instancias responsables de elegir dichos funcionarios expresan que nuestras instituciones en pleno siglo XXI siguen funcionando con patrones caducos, propios del siglo XX.

La Universidad de El Salvador no escapa de esta realidad, pues la consecución de los fines que le dan razón de ser siguen siendo los ausentes en el accionar de la mayoría de las instancias que dirigen la máxima casa de estudios. Por ejemplo se convocó a un congreso universitario en donde la participación de los diferentes sectores son los grandes ausentes. Este hecho recuerda las máximas de los reyes franceses que expresaban “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”

Las transformaciones sociales o de las instituciones educativas requieren del involucramiento de todos los sectores. En el caso de la Universidad es fundamental la participación del sector estudiantil y del docente, por ser ellos los que le dan razón de ser a la actividad académica. Es necesario de invertir la pirámide social y considerar que las estructuras de dirección no son las determinantes en los procesos, sino los sujetos que la hacen posible. Una concepción contraria a ésta hace que dichas estructuras se vuelvan reacias al cambio, ya sea por intereses particulares, de grupo o económicos. Es necesaria una transformación radical en esta concepción de dirección, pues de lo contrario transitaremos por el siglo XXI con las ideas del siglo XX.


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